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"Pensamiento científico: ¿un proceso de respuestas o preguntas?"


Es una delimitación contemporánea el empleo de la palabra “ciencia” para describir a un conjunto de actividades que tienen en común, la investigación de la naturaleza a partir de un método. Sin embargo, la experiencia que conlleva al ser humano a generar más conocimiento científico es tan diverso como individuos. Por lo que delimitar al contexto científico, implica delimitar el concepto de humanidad, lo cual pareciese una tarea imposible de satisfacer.


La actividad científica como la conocemos oficialmente hoy en día, es una estructura de pensamiento que se ha venido puliendo desde la tradición griega, pasando por el Renacimiento hasta mediados del Siglo XX. Sin poder puntualizar en el origen más remoto del quehacer científico, se reconoce al filósofo Aristóteles (382-324 a.C.), uno de los precursores del pensamiento científico cosmogénico; este autor fue quien aseveró que los cuerpos tienden a fluir hacia donde su naturaleza le es propia, como las piedras deben de ir a la tierra, porque de ahí vienen, el fuego debe subir, porque pertenece al aire. Ahora bien sabemos que esta explicación no es un argumento científico, pues no puede ser verificado mediante una descripción teórica general. Tampoco ofrece una necesidad por la verificación experimental.


Se reconoce que Galileo (1564-1642 d.C.), fue quien exhortó a una práctica científica experimental, y no de pura hipótesis. A él se le adjudican muchas pruebas, como la de arrojar objetos de la Torre de Pisa, para demostrar la aceleración de los cuerpos. Pareciera increíble, pero él no develó así la existencia de la gravedad, sino que fue su inmediato sucesor: Isaac Newton, quien naciera en la misma fecha de la muerte de Galileo, al 24 de diciembre.


El paso de los años trajo el desarrollo de teorías modernas en la física, que rebasaron los límites del pensamiento clásico, o newtoniano. La mecánica cuántica, y la teoría general de la relatividad son dos explicaciones a la vez sorprendentes y muy exactas de la naturaleza. Sin embargo, entre ambas no existe unificación absoluta… hace falta una teoría que sea capaz de explicarlo todo. Y que a la vez, sea verificable con experimentación.


Pero esto parece demasiado difícil pues: ¿cómo experimentar para saber que hay en el centro de un agujero negro?, ¿qué hay que hacer para comprobar que existe la energía oscura?, ¿qué prueba nos clarifica lo que significa la función de onda para una partícula?, ¿cómo obtenemos información para saber lo que hay dentro de una estrella de neutrones? Hay una cantidad de preguntas aún inconclusas, como estrellas en la bóveda celeste. No por otra causa sino porque la capacidad del pensamiento científico parece ser infinita. Sin embargo, la pregunta: ¿es la ciencia el producto del seguimiento de un método?


Para ahondar en esto quizá podamos retomar otro hecho curioso de la historia: el principio de la navaja de Ockham, dictado en el siglo XIV (época medieval). Este principio, también llamado de parsimonia, nos dice: "En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta". Este postulado, ayuda a abandonar las ideas de que existe un Atlas que carga a cuestas a la Tierra y por eso se mueve; o que la Tierra es el centro del universo por que Dios nos ha concebido al centro de su creación. Dado este principio, se ha podido reducir la metodología del pensamiento científico, haciéndolo más efectivo. Pero aún no absoluto: si demostramos por medio de evidencia, que una explicación compleja es válida, antes que otra más sencilla en igualdad de condiciones, entonces no podemos aplicar la navaja de Ockham.


La mayoría de la gente con educación básica, reconoce un método científico, pero no toda disciplina que siga dicho método sea forzosamente reconocido como ciencia. Argumento que deriva debates vigentes, que pugnan por desconocer a ciertas disciplinas con metodologías fuera de lo establecido, como es el caso de la biología, para abandonar su distinción como ciencia. Ahora, bien que mal, uno puede decidir el distinguir entre distintos tipos de ciencia: las “exactas o duras”, “sociales”, “naturales”... Pero en tanto se han preguntas, siempre se habrá de pensar, que sí las preguntas que nos hacemos, son las preguntas que deberíamos responder: ¿es fundamental la búsqueda por una demostración sobre la existencia de la materia oscura? Lo cual, bien puede ser un impedimento para el trabajo, o bien podría ser lo que se necesita para investigar.


Aunque bien es evidente que la urgencia por investigar no es siempre una urgencia filosófica, también entran en juego los intereses económicos y políticos, debido a que estos cuerpos son los que proveen de capacidad material a los investigadores. Es por esto que a veces resulta difícil la permanencia de ciertos proyectos frente a otros. Un ejemplo, es el olvido de los organismos internacionales que han puesto en órbita al telescopio y satélite “Chandra” (lanzado en 1999, su nombre es por el físico hindú: Subrahmanyan Chandrasekhar): no hay impulso para proyectos de mejora en este observatorio.


A contraluz del proyecto del ALICE-CERN, el famoso Gran Colisionador de Hadrones, que acapara la atención y los fondos públicos. Parece ser que a los subsidiarios les llama más la atención la proeza de hallar nuevas partículas, que la de hundir la mirada en el universo para hallar respuestas. ¿Es más efectivo simular el Big Bang, antes de buscar sus rastros evidentes en el universo?


Nuestra sociedad, en la actual etapa de desarrollo económico y tecnológico, se le ha adjudicado el denominativo “sociedad del conocimiento”, sin embargo, expertos proponen el cambio de este por “sociedad de la información”, para eliminar la ambigüedad sobre el término “conocimiento”. Ya es muy popular el uso de tecnologías, la interacción hombre-máquina parece estar en auge, sin embargo ¿esto hace que tengamos mayores conocimientos? Pareciese que lo que hace falta, es una cultura que reconozca como actividad clarificadora del pensamiento, a la ciencia.


Y que se entienda a la ciencia, como una actividad generadora de conocimiento, a partir de la evidencia experimental. Sin embargo, se reconoce aún las participaciones en las áreas no experimentales de la ciencia, como las matemáticas o la física teórica. No dejan de ser ciencia por no ser experimentales, sin embargo, entran en una subdivisión categórica que nos aproxima a algo así como la filosofía: una actividad del pensamiento, que momentáneamente pareciese más útil para confundir, que para aclarar.


Ejemplificando: una teoría que propone unificar a la relatividad general con la mecánica cuántica, es la llamada “teoría de cuerdas”. La teoría de cuerdas supone la existencia de objetos geométricos transportadores de las 4 interacciones fundamentales de la física: la gravedad, el electromagnetismo y las fuerzas nucleares, fuertes y débiles. Estos objetos geométricos deberían de habitar en un espacio de dimensionalidad superior a la que se perciben los fenómenos relativistas (tres dimensiones espaciales y una espacial).


En particular, son cuerdas que habitan en un espacio de once dimensiones. Sin embargo: ¿qué evidencia tenemos para sospechar que dichas cuerdas existen? Ya de una manera básica, la teoría de cuerdas equivale a pensar en la forma tridimensional que podría tener una sombra proyectada en una superficie plana. ¿Cómo dar con la figura de ese cuerpo proyectado? La figura podría adoptar más de una posibilidad de morfología.


Pero bien así, si las teorías de la mecánica cuántica y la relatividad no están unificadas, es porque pareciese que no existe unidad entre las interacciones gravitacionales, con las electromagnéticas. ¿Qué es más probable: qué existan las dichosas cuerdas unificadoras, o que las teorías sean imposibles de unificar?, nos diría Ockham. Pero la idea de este pensador medieval, viene a crear un tanto más de confusión, de la que ya se tenía. No hay una conclusión fácil para este texto, así como para el problema que representa la pregunta ¿qué es ciencia? Pero indudablemente, este texto es un ejemplo de la capacidad que el humano tiene para pensar, empezando por la decisión: “‘¿Qué es lo que quiero pensar?”

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